Es cierto que, al
escribir, inmovilizamos los signos lingüísticos… o los sonidos, si es que
hablamos. Pero la expresión –la escrita y la oral- son momentos del fluir del
lenguaje, continuamente en movimiento. Las lenguas nacen, crecen, maduran,
languidecen y mueren.
Hay muchas lenguas muertas en el mundo. El caso del I
Ching es distinto. Más que un lenguaje es un modo de operación del
lenguaje, un ars combinatoria. Constituido por dos signos básicos, sus
combinaciones reproducen los cambios del universo. Esa pareja primordial de
signos son el yin y el yang, luz y oscuridad, arriba y abajo,
lo masculino y lo femenino, etcétera.
Cada cambio es una permutación y cada
permutación es el emblema tanto de los movimientos cósmicos como de las
situaciones humanas. Filosofía del cambio. A diferencia de los del lenguaje,
los cambios del I Ching no son lineales sino cíclicos. Es un movimiento
circular: los signos cambian, pero al final, regresan al punto de partida, a la
dualidad primordial del universo. Esto fue lo que me sedujo; vi en el I Ching
una imagen del movimiento de rotación de la naturaleza. Asimismo, me pareció
que no sólo era un guía ético, sino, de modo implícito, un tratado de estética
e incluso una erótica que mostraba las distintas uniones y separaciones de los
dos polos: la luz y la sombra, lo masculino y lo femenino, lo pleno y lo vacío…
en fin, el yin y el yang.
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